Empiezo preguntándome ¿Filosofar es, pues, el máximo placer? En cierto modo sí, pues el placer se consigue con la ataraxia, que consiste, a su vez, en la ausencia de miedos porque se ha llegado a la convicción de que:

1) los dioses no son temibles;

2) tampoco lo es la muerte;

3) es fácil procurarse el bien;

4) es posible soportar el dolor.

Para esto sirve y es útil la ciencia de la naturaleza, que nos procura estos cuatro principios: todos los placeres son buenos, pero no todos hay que procurárselos; todos los dolores son malos, pero no todos deben ser evitados. Para conseguir actuar de acuerdo con ello, el sabio ha de aprender a independizarse de sus deseos y a desear sólo los placeres que él mismo puede procurarse, es decir, los placeres espirituales, pues no todos los deseos son igualmente necesarios: «De los deseos, unos son naturales y necesarios. Otros, naturales y no necesarios. Otros no son naturales ni necesarios, sino que nacen de la vana opinión».

Saber discernir y tener disciplina para reprimir lo no deseable son dos medidas imprescindibles para poder llegar a ser un buen hedonista: estimar el placer por encima de todo, pero, al mismo tiempo, combinarlo con un principio irrenunciable de racionalidad y orden. Todo está dicho en esta frase lapidaria: «El mayor placer está en beber agua cuando se tiene sed y comer pan cuando se tiene hambre».