“Un granjero se hallaba en su lecho de muerte, sereno y preparado para la partida excepto por una cosa: temía que sus tres hijos abandonasen su próspera granja. Decían que no les gustaba el campo y estaban deseosos de marchar a la ciudad.

Los hizo llamar y les pidió que se acercaran. Susurrando, les confesó:
—Pronto voy a morir y quiero que sepáis que hay un gran tesoro enterrado en nuestras tierras. No sé exactamente dónde está, pero si lo encontráis, seréis inmensamente ricos. Sólo os pido que lo repartáis a partes iguales.

Tan pronto el padre fue enterrado, los muchachos se pusieron a la tarea de buscar el tesoro. Con picos y palas le dieron la vuelta al terreno dos veces. Pero no encontraron nada.

Pero como el campo estaba tan bien trabajado, decidieron cultivar grano tal como había hecho siempre su padre. Tuvieron una gran cosecha.

Después de recogerla se pusieron de nuevo a la tarea de la búsqueda del tesoro, y de nuevo no encontraron nada. Pero, una vez más, plantaron semillas aprovechando la labor realizada. La cosecha fue aún mejor.

Y así transcurrieron los años, hasta que los hermanos le cogieron el gusto a los trabajos de la granja y se dieron cuenta del verdadero tesoro que les había dejado su padre en herencia.

Reflexión

Muchas veces movidos por el interés, comenzamos una interesante historia que consigue atraparnos, obteniendo un resultado mejor del que pensábamos en un principio. Por lo que resulta interesante adentrarnos en historias que en un principio tienen todo nuestro desinterés pero que pueden darnos un verdadero giro en nuestra manera de pensar.

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